La mañana fue muy fría, con vientos que aumentaban la sensación helada y algunos chaparrones de corta duración, pero suficientes para mojarme entero hasta sacar el impermeable, momento en el que dejaba entonces de llover. El paisaje fue precioso hasta Tiebas. Pasado este pueblo el Camino transcurrió junto a autovías y carreteras, algunas en obras que me obligaron a desviar. Hubo alguna pincelada de cosas bonitas, como Guerendiain o Olcoz, sobretodo el pórtico de la iglesia de este último pueblo. Luego barro hasta el cuello hasta llegar a Eunate. Pero barro pegajoso y pesado, como el de modelar ¡No sabeis como pesa en las botas!
Eunate es un lugar especial. No sé como explicarlo. Los que habeis estado sabeis bien de que hablo. Es un templo octogonal, como el de Salomón en Jerusalen, y de origen templario, con una arquería exterior cargada de leyendas. En su interior se respira una paz y un magnetismo extraordinario. No existen palabras para expresar estas sensaciones. Hay quien le llama fuerzas telúricas. Yo no sé que es, pero es muy especial. Hay impresiones que solo se sienten en el Camino.
En cuanto llegué a Obanos, reconocí el Camino Francés que ya había pisado hacía un año. Volví también al albergue de los Padres Reparadores de Puente la Reina y allí estaba una hospitalera muy amable que solo está los lunes. Casualmente la vez anterior también fue lunes ¡qué alegría! También estaba José, compañero de fatiga desde Somport ¡buena gente! y una chica y un hombre mayor de León con los que había empezado a congeniar. También habían más peregrinos de todo el mundo. Era Semana Santa y el Camino Francés estaba muy transitado. Y que pena... unos continúan y otros se retiran, como en la vida. Y a mí me tocó regresar a mi castillo, con la esperanza de volver a pisar estos caminos pronto.
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